Otra
fuente de indudable originalidad es la que encontramos en El libro de las Maravillas, de Marco Polo, quien, nacido en 1254,
acompañó a su padre y a su tío en su segundo viaje a Oriente, a partir de 1271,
cuya duración fue de cuatro años en la ida, hasta llegar a Cambaluc, capital
del Gran Khan, al norte de Pekín. Marco Polo permanecerá dieciséis años en los
dominios mongoles, regresando a partir de 1292 en un nuevo viaje que duró otros
tres años. Será en 1296 cuando, tras su participación en la guerra entre
Venecia y Génova, es hecho prisionero, relatando sus aventuras a Rustiniano de
Pisa, llegado desde Inglaterra atraído por la reputación del viajero: las
memorias de Marco Polo recogidas por Rustiniano tuvieron pronto una
extraordinaria difusión, a la vez que fueron conocidas de distintas formas,
aparte de la más utilizada de El libro de
las maravillas; así, La descripción del mundo o El millón, debido este último al apodo
irónico con el que los venecianos habían apodado a Marco Polo: El señor millones
Marco Polo habla,
al describir la provincia de Peny, que formaba parte de la Gran Turquía
sometida al Gran Khan, de la costumbre allí existente según la cual, si “un marido no ha vuelto del viaje veinte días
después de la fecha fijada para su regreso, la mujer se vuelve a casar y el
hombre también se casa donde él quiere.” Una particular forma de abandono del hogar y
separación legal de los matrimonios.
Más adelante, Donde se habla de la provincia de Camul, el
libro recoge una costumbre curiosa de sus habitantes: “Cuando un viajero convive con ellos, el dueño de la casa está
encantado de recibirle. Ordena a su mujer que satisfaga todas las peticiones
del viajero, e incluso él mismo se va, de manera que el viajero pueda gozar con
la mujer del hombre que le acoge. Son hermosas mujeres que consideran que esta
costumbre les honra. No tienen vergüenza en ello. Todos los hombres de la
provincia están así deshonrados por sus esposas. Un día, Manghu-Khan, el señor
de la provincia, enterado de esta costumbre, decidió suprimirla bajo pena de
grandes castigos. Desesperados, los habitantes celebraron consejo y enviaron al
Khan un magnífico regalo, suplicándole que les dejara mantener esta costumbre
heredada de sus antepasados. Era, según decían, en agradecimiento de este uso,
que sus ídolos les concedían gran prosperidad. Entonces el Khan les respondió:
<<puesto que vosotros mismos queréis vuestra vergüenza y no podéis vivir
sin esta costumbre, yo lo autorizo>>, y desde entonces han guardado este
comportamiento.”
Y al hablar de los tártaros, Marco Polo
describe “otra costumbre. Cuando un
hombre tiene una hija y ella muere antes de estar casada, y otro hombre tiene
un hijo que muere antes de estar casado. Sus padres los unen y celebran grandes
bodas entre ambos y redactan contratos de matrimonio. Luego, estos contratos
los queman rápidamente, para que, según ellos, los casados puedan estar
informados en el otro mundo y considerarse como marido y mujer. Y los padres de
los casados se consideran parientes, como si sus hijos estuvieran vivos.”
Igualmente, cuando
habla de la ciudad de Cambaluc, Marco Polo dice que: “No hay ninguna prostituta en la ciudad. Viven en zonas exteriores. Son
muy numerosas y amables con los extranjeros y esto es una maravilla. Más de
veinte mil mujeres comercian con su cuerpo y todas viven, lo que nos da idea de
la inmensa multitud de la ciudad.”
Más tarde, Marco
Polo habla del Tíbet, cuyos “habitantes
tienen una costumbre muy curiosa para el matrimonio de sus hijas jóvenes. Es
esta.
Por
nada del mundo los hombres de esta región se casarían con jóvenes vírgenes,
porque no valen para nada si no tienen el hábito de acostarse con los hombres.
Cuando los extranjeros que van de viaje pasan por allí, las mujeres de edad se
ponen de camino con las jóvenes para que ellos hagan su voluntad. Luego, las
recogen de nuevo, evitando que se vayan con los viajeros. De tal manera que las
caravanas con veinte o treinta viajeros que atraviesan una aldea tienen cuanto
desean porque se lo vienen a ofrecer. Pero en verdad, a la joven con quien se
ha estado debe dársele un anillo, un regalo o algo que pruebe, cuando quiera
casarse, que ha estado con varios hombres. Y ellas lo hacen para poderse casar.
De esta manera cada jovencita debe procurarse al menos veinte signos para
acceder al matrimonio. Están más solicitadas las que pueden demostrar que han
sido más deseadas, porque, en definitiva, son las más agraciadas. Una vez
casadas, sus maridos las quieren y tienen el adulterio por la peor de las
bajezas. Todos se guardan de este deshonor, ya que tienen esposas muy
adiestradas.”
No sabemos la
opinión real del viajero veneciano sobre esta costumbre, pero sí sobre los
habitantes del Tíbet, de los que dice que son “muy peligrosos. Robar o hacer daño no es un pecado para ellos. Son los
más grandes malvados del mundo.” Pese a ello, algo positivo, sobre todo en
lo económico, le mereció al Marco Polo comerciante la costumbre tibetana, ya
que en su opinión: “Nuestros jóvenes
caballeros harían bien en ir, para ser solicitados y disponer a su voluntad,
sin desembolso alguno, de las jóvenes doncellas que deseasen.” No debemos pensar que el pragmatismo de los
comerciantes venecianos se imponía en su pensamiento frente a la moral
cristiana, aunque pueda parecerlo.
También en la
provincia de Gaindu hay una costumbre parecida a la de Camul. Así, allí también
los “hombres no consideran como una
vileza el hecho de que un extranjero u otro hombre los deshonre con sus mujeres
o sus hijas o sus hermanas o con cualquier mujer que viva en la casa si no que,
al contrario, encuentran muy bien este modo de proceder, porque piensan que los
dioses y los ídolos estarán mejor dispuestos y les acordarán mayores riquezas.
Así entregan con largueza sus mujeres a los extranjeros”, señalando también
que mientras tanto abandonan la casa, a la vez que su huésped cuelga durante
los días de su estancia un sombrero en la puerta de la casa hasta que se va,
con lo que su anfitrión tiene así constancia de su partida. Más adelante añade
que los habitantes de la provincia de Caraian no “se extrañan de que un hombre se acueste con la mujer de su vecino si
ella consiente.” El consentimiento como requisito previo, sin otros
condicionantes para él o para ella, como el hecho de que estuviera casada, no
es, pues, un invento actual.
Por el contrario,
en esa misma provincia el sexo masculino corría verdadero peligro, puesto que
hasta su conquista por el Gran Khan, unos treinta y cinco años antes del viaje
de Marco Polo, con algún hombre “con buen
porte, o un gentilhombre” que se alojara en una casa que no fuera la suya,
podía darse el hecho de que “lo
asesinaban o envenenaban dándole muerte. No lo hacían para robarle su dinero,
sino para que la buena sombra y gracia que tenía, su sabiduría y su salud
quedaran en la casa de quien lo albergaba.”
Existe también en
el libro de Marco Polo un relato sobre una de las costumbres de los habitantes
de la provincia de Zardandan que nos recuerda mucho lo que algún autor clásico
dice de los astures, uno de los pueblos del norte de la península ibérica en la
antigüedad. Así, se dice que en Zardandan las “mujeres se ocupan de todo –los hombres sólo de la guerra y de la
caza-, son los esclavos, es decir, las
mujeres y los hombres que han conquistado, los que realizan todo el trabajo.
Después de haber parido, las mujeres lavan al recién nacido, lo envuelven con
paños y telas ya preparadas, y marchan a sus trabajos. Al mismo tiempo, el
marido se acuesta y guarda la criatura con él. Permanece así durante cuarenta
días, recibiendo la visita de parientes y amigos, celebrándolo con fiestas y
diversiones. Porque según dicen ellos, si la mujer ha tenido gran sufrimiento,
justo es que el hombre tome su responsabilidad en el cuidado de la criatura.
Al
hablarnos de la India, Marco Polo nos describe la existencia de dos islas, una
de hombres y otra de mujeres, situadas a “cinco
millas de Quesmaturan”, provincia que sitúa como la “que está más al oeste y al noroeste”: parece corresponder con la
costa de la actual Karachi; sin embargo, al hablar de las islas de los hombres
y de las mujeres afirma que dependen del obispo de la isla de Scaria, que pasa
a describir a continuación, y dicha isla corresponde a la actual isla de
Socotora, perteneciente a Yemen del Sur.
Nos señala que están pobladas por cristianos
que viven “según la regla del antiguo
testamento, que precisa que un hombre no debe copular con su mujer si está
embarazada, y debe guardar cuarenta días de abstinencia después del nacimiento.
Los hombres viven en su isla que abandonan durante tres meses para ir a vivir
con sus mujeres, y luego regresan. Los siguientes nueve meses trabajan los
campos y hacen su comercio. (…) Cuando nace una hija se queda a vivir con su
madre en la isla de las mujeres. Si es un hijo se queda con la madre, quien lo
cuida hasta la edad de catorce años, después se va con su padre. Las mujeres no
tienen más obligación que cuidar y educar a sus hijos, y recogen los frutos de
los árboles. Los hombres les suministran cuanto necesitan.”
A veces, por el
contrario, las descripciones de Marco Polo sobre la fisonomía de las féminas de
algunas regiones son verdaderamente crueles, pues de las mujeres de Zanzíbar,
en la costa oriental de África dice, después de describirlas de forma semejante
a los varones, que “son las más feas del
mundo. Sus pechos tienen cuatro veces la talla de las otras mujeres”.
Por supuesto,
frente a la descripción de costumbres que puede servirnos para conocer la situación del hombre y de la mujer
en determinados momentos y lugares, están las opiniones de algunos autores. Así, el francés François Bernier
escribió un libro en el siglo XVII, Viaje
al Gran Mogol, Indostán y Cachemira, donde dice: “En las Indias –como en Constantinopla y en otros sitios-, las mujeres
intervienen a menudo en los asuntos más graves y hasta los originan. Por lo
general, esto no se tiene en cuenta y se cansa uno inútilmente buscando otras
causas a los sucesos”.
Sin embargo,
Bernier recoge aspectos variados sobre el papel y la importancia de la mujer en
las tierras que visitó, ya que cuenta también, al hablar de los tártaros, lo
sucedido cuando una de sus aldeas fue atacada por veinticinco o treinta jinetes
indios para conseguir botín y prisioneros a los que vender como esclavos;
durante su acción, una vieja tártara les advirtió que cesaran su ataque, pues,
en caso contrario, cuando su nieta volviera los mataría a todos, si bien
hicieron oídos sordos a esta petición. Pero, cuando iniciaron el regreso con su
botín y los prisioneros, se encontraron con que “una joven tártara que cabalgaba en un caballo furioso, con su arco y su
carcaj al lado, les gritó desde lejos que estaba dispuesta a perdonarles la
vida si devolvían al pueblo todo su botín y se retiraban después. La admonición
de la joven les convenció tan poco como las palabras de la vieja. Y el asombro
de ellos no tuvo límites cuando vieron a la amazona disparar tres o cuatro
flechas que hicieron caer muertos a otros tantos hombres. Los jinetes echaron
mano a sus flechas, pero la joven se hallaba a tal distancia que ninguno pudo
herirla. La joven se burlaba de sus esfuerzos y de sus flechas. Había sabido
atacarlos calculando el alcance de su arco y la fuerza de su brazo, muy
superior a la de ellos. En fin, después de poner fuera de combate a la mitad de
los soldados y amedrentar a los restantes, se lanzó sobre éstos sable en mano,
matándolos a todos.”
El mundo pasado,
pues, no es tan distinto ni el actual tan nuevo. Las formas y las ideas se
parecen, pues su punto de partida es el ser humano y su vida en sociedad,
aunque entonces las descripciones adopten tonos poéticos, y hasta épicos
en algunos casos, mientras que en la actualidad únicamente retorcemos el
lenguaje y con ello queremos que, casi mágicamente,
cambie la realidad del mundo e incluso la fisiología de sus habitantes. Tal
como decíamos en una ocasión anterior, es necesario conocer la Historia como
forma de entender el presente y no realizar saltos en el vacío, puesto que los
experimentos de alquimista suelen ser peligros y, en ningún caso, consiguen,
piedra filosofal mediante, transformar el plomo en oro.