CÍRCULO DE AMIGOS DE MONTALBÁN

        Con esta nueva sección abrimos otra ventana en la que iremos exponiendo a lo largo del tiempo todos aquellos aspectos del patrimonio cultural, material e inmaterial, de las localidades que formaron parte del antiguo Señorío de Montalbán.

        Se trata, por tanto, de acercarnos a la historia, el arte y la cultura en general de poblaciones como la Puebla de Montalbán, El Carpio de Tajo, Mesegar, San Pedro de La Mata (La Mata), Menasalbas, San Martín de Montalbán, Villarejo de Montalbán y Gálvez. Para ello contaré con la colaboración de una serie de amigos, cuyos nombre y trabajos iremos viendo, y con mi propia labor en estos menesteres, a la vez que dirigiendo y coordinando en lo que sea necesario la labor del conjunto.


UN CASTILLO QUE YA NO EXISTE, UN POZO DE NIEVE SIN NIEVE Y UN CONVENTO SIN FRAILES          2 de diciembre de 2023

Aunque quienes integramos el Círculo de Amigos de Montalbán mantenemos actividades varias a lo largo de todo el año, entre ellas hay algunas que cumplen con los requisitos que ya señalé en la ocasión anterior: descubrir sitios curiosos, conocer aspectos nuevos de cosas que a veces nos han pasado desapercibidas, caminar kilómetros y hablar de lo divino y de lo humano con algún amigo…”.

Partiendo de esa idea, de nuevo algunos de los que formamos parte de este grupo hemos disfrutado de una jornada recorriendo el entorno más cercano a Montalbán. En ella, como en la anterior, han participado María del Carmen García-Tenorio, África García, Carmen García, Sagrario Corcuera, María de los Ángeles Acevedo, Ramón Rojas y yo mismo, Florencio Huerta.

En esta ocasión también el punto de partida fue el chocolate con churros en la churrería de la Puebla de Montalbán; desde ella iniciamos el viaje con destino a la cercana localidad de las Ventas con Peña Aguilera. Se trataba en esta ocasión de subir y ver el emplazamiento del antiguo castillo del Milagro. Esta fortaleza fue levantada por el arzobispo toledano Don Rodrigo Jiménez de Rada, autor también de la obra Historia de rebus Hispanie (Historia de los hechos de España), el precedente más inmediato de la Primera Crónica General, que es a su vez el punto de partida de la historiografía en romance en España.

La construcción de este castillo respondía a la necesidad de fortificar los pasos que atravesaban los Montes de Toledo y facilitaban el acceso al valle del Tajo, los cuales eran utilizados por los musulmanes en sus correrías por esta zona, provocando destrucción, muerte y pillaje en las localidades de estas tierras. Las fortalezas de Malamoneda, Dos Hermanas, Gálvez y Montalbán, entre otras, tenían realmente la misma función.

La victoria de las Navas de Tolosa en 1212, sin embargo, alejó la frontera con los musulmanes a las tierras orientales de Andalucía, lo que hizo innecesarias estas construcciones y explica la corta vida del castillo del Milagro, pronto abandonado. En la actualidad el castillo propiamente dicho ha desaparecido y ha sido sustituido por una ermita que durante nuestra visita se encontraba cerrada. Lo que sí se mantiene en pie es una parte de la cerca o muralla que rodeaba este enclave, construida con adobe mezclado con las abundantes lajas que están esparcidas por el terreno circundante. Dicho muro de protección parece haber tenido un recorrido importante y tras él se establecería un pequeño núcleo de población, hoy también desaparecido, al igual que ya no existe otra de esas pequeñas poblaciones de las inmediaciones de la que aún se hablaba en el siglo XVI; se trata del poblamiento de los Molinillos, que en la actualidad se corresponde con una finca llamada El Molinillo. La distancia entre ambos asentamientos es corta y permitiría que la fortaleza del Milagro sirviera de protección para ambos enclaves cuya relación visual es directa, si bien la niebla que nos encontramos no nos permitió disfrutar de esta vista y del entorno que se domina desde la antigua fortaleza.

Tras volver de nuevo a pie a la explanada que atraviesa el riachuelo del Milagro desde donde habíamos iniciado la caminata, pusimos rumbo a la localidad de San Pablo de los Montes. Al igual que las Ventas con Peña Aguilera, San Pablo forma parte de los Montes de Toledo, cuyo dominio pasó sucesivamente por manos nobiliarias, después por las del arzobispo de Toledo, tras lo cual recayó en manos reales y más tarde en las de la ciudad de Toledo, que es la que le dio el nombre de Montes de Toledo en los siglos siguientes, olvidándose definitivamente otras denominaciones como la de Montes de Montalbán que una parte de ellos tuvo en los primeros siglos reconquistadores de esta zona.

En San Pablo de los Montes nos dirigimos directamente a ver los restos de un pozo de nieve existente junto a la población. Se trata de una curiosa construcción de piedra que, en nuestra opinión, merecería un cierto mantenimiento y conservación, pues es uno de los vestigios que mejor ha llegado hasta nuestra época de este tipo de infraestructuras. Los pozos de nieve, como su nombre indica, servían para recoger y almacenar la nieve caída en los meses invernales y conservarla bajo una gruesa capa de paja y de tierra hasta el verano. Su estructura consistía en un pozo ancho y relativamente profundo, con paredes normalmente de piedra, a cuya base se accedía a través de una galería que permitía llegar a esa nieve, ya transformada en hielo, e ir serrando bloques para su uso. La existencia de estos trozos de hielo es la que explica que en aquellos siglos, no solo se pudieran hacer helados y granizados en verano, sino que en los meses estivales se pudiera seguir comerciando con el pescado hasta distancias relativamente largas, gracias a su transporte en serones donde se acompañaba de paja y trozos de hielo que permitían su conservación. Es este sistema el que explica el desarrollo de las pequeñas pesquerías o cañares existentes en el rio Tajo, especialmente a su paso por las tierras de Montalbán, y la comercialización de esta pesca en otras poblaciones, sobre todo en los meses cálidos.

La importancia de la existencia del hielo y su venta para cuestiones diversas explica que, al igual que otras transacciones, estuviera sometido al pago de la alcabala (una especie de IVA de la época), lo cual vemos reflejado en algunas normas de entonces, como una de 1639 en que se concretaba la cantidad de maravedíes a pagar por su venta; y que, ya en época de Carlos II, se convirtieran los pozos de nieve en una regalía y fuera la administración real la que hubiera de dar permiso para su construcción. En el caso de Montalbán sabemos de la existencia de un pozo de nieve en la zona del Vedado, aunque los datos sobre él son inconexos. Por el contrario, conocemos la presencia de otro pozo de nieve en la finca La Quinta, en las afueras de la Puebla de Montalbán, perteneciente a la familia hidalga de los Cepeda, el cual se mantuvo en funcionamiento durante el siglo XVIII. No tenemos constancia, sin embargo, si la familia de los condes de Montalbán llegó a contar con un pozo de nieve propio, a pesar de que Don Juan Francisco Téllez Girón, quien fuera el señor de esta zona en las últimas décadas del siglo XVII y comienzos de la centuria siguiente, había conseguido una licencia real para la construcción de uno de ellos. Posiblemente, su traición a Felipe V y la consiguiente pérdida temporal del señorío por parte de su familia impidió que el proyecto se llevara a cabo, pues no hay noticias de él en el siglo XVIII.

Tras esta visita al pozo de nieve nos trasladamos a ver las ruinas de un precioso convento de agustinos que también existe en las inmediaciones de San Pablo de los Montes. Este convento, según algunas fuentes, se edificó en el siglo XV sobre los restos de otro antiguo convento femenino de época visigoda. El convento agustino, por su parte, se mantuvo con monjes hasta la desamortización de Mendizábal, tras cuyo abandono fue destruido en la primera guerra carlista; según parece, poco antes de 1839. En la actualidad se mantiene en pie una parte importante de sus muros y se distinguen las zonas de la iglesia y del refectorio, así como lo que debió de ser en su momento un magnífico claustro, mientras que su suelo se ha ido rellenando con tierra y los materiales pétreos procedentes de los derrumbes, incluyendo numerosos fustes de columnas. La imagen de estas ruinas nos recuerda el ambiente que recrea Gustavo Adolfo Bécquer en algunas de sus leyendas. El musgo de sus piedras, además, nos sitúa en la zona de umbría de los Montes de Toledo, caracterizada aún por sus superficies arboladas y sus tierras de pastos herbáceos.

Por último, el final de la ruta consistió también en esta ocasión en la reposición de fuerzas en el restaurante Aurelio, situado en San Pablo de los Montes, donde se unieron otros dos integrantes del Círculo de Amigos de Montalbán, José Luis Pinel y Gema del Valle. Viandas y tertulia sirvieron así de colofón a esta ruta y, como siempre ocurre, como punto de partida para la siguiente, de la cual quedaron provisionalmente fijados la fecha y el lugar.



POR TIERRAS DEL SEÑORÍO DE MONTALBÁN: GÁLVEZ Y JUMELA                                                                                26 de marzo de 2022

Parece indudable que la llegada del buen tiempo tiene efectos beneficiosos sobre los seres vivos, tanto animales como vegetales. La savia vuelve a fluir con fuerza y revitaliza las plantas y los animales parecen cobrar un nuevo vigor; en esa línea, el subgrupo que formamos entre los organismos vivos los jubilados recupera una parte de los ímpetus pasados y se apresta a abordar algunas de las tareas “dejadas a futuro”, sabiendo por experiencia que las prisas no suelen ser buenas y que los objetivos se alcanzan casi siempre con paciencia y con constancia.

Cuando propuse a un grupo de amigos organizar lo que denominé un “Círculo de Amigos de Montalbán”, siempre abierto a nuevos integrantes que compartan nuestra filosofía de vida, planteé que las actividades que lleváramos a cabo debían tener como meta el conocimiento y descubrimiento de la riqueza que esconden las tierras de Montalbán y las distintas poblaciones que formaron parte de este señorío nobiliario. Pero, a la vez, debían ser actividades que nos permitieran el disfrute personal; es decir, que el esfuerzo empleado se viera recompensando por un cierto grado de satisfacción, la cual, seguramente, responde en cada uno de nosotros a causas distintas: descubrir sitios curiosos, conocer aspectos nuevos de cosas que a veces nos han pasado desapercibidas, caminar kilómetros y hablar de lo divino y de lo humano con algún amigo…

Por otro lado, durante años he investigado la historia de estas tierras de Montalbán, de quienes las habitaron y de las distintas localidades que han formado parte de ella, incluyendo las ya desaparecidas. Y es para mí un pequeño placer planificar estas “escapadas” y compartir mis modestos conocimientos sobre la Historia del Señorío de Montalbán, como un aspecto más de estas actividades.

Tras esto, la realización de una reseña sobre ello, aunque suponga la dedicación de un poquito más de tiempo, y el “colgarlo” todo en esta página web, creo que es también una forma distinta de continuar disfrutando con la excursión.

En todo caso, este es el objetivo que persigo y, creo que sin temor a equivocarme, la meta que todos los participantes compartimos. Y en ello estamos quienes hemos realizado ésta: María del Carmen García-Tenorio, África García, Carmen García, Sagrario Corcuera, María de los Ángeles Acevedo, Ramón Rojas y yo mismo, Florencio Huerta.


 En esta primera salida, que sirve de inicio a las siguientes rutas por las tierras de Montalbán, hemos visitado la zona de Gálvez y Jumela. El punto de partida, y permítanme que apele de nuevo a nuestra condición de jubilados, fue la toma de fuerzas en la churrería de la Puebla de Montalbán, cuyo chocolate y churros nos dio fuerzas para toda la mañana, a la vez que nos permitió repasar el plan de viaje previamente establecido. Tras ello iniciamos la marcha hacia San Martín de Montalbán, a cuya entrada hicimos una pequeña parada para ver su antiguo rollo señorial, explicando el significado que tenían y algunas cuestiones sobre la organización de la justicia y el papel de los señores y de los alcaldes en ella.


Tras ello, la siguiente meta estaba en la localidad de Gálvez, desde donde parte el camino de los Castillos, que lleva a los restos de una antigua fortaleza, de la que sólo quedan tres de sus cuatro torres y el basamento, que en la zona se conoce con el nombre de los Castillos, aunque en realidad se trataba de un único castillo, posiblemente del siglo XII. Se trataba de una construcción de mampostería con piedra pequeña, cal y barro, lo que explicaría su deterioro posterior, sobre todo a partir del 1212, cuando tras la victoria cristiana de las Navas de Tolosa desapareció el peligro musulmán en estas tierras y con ello la necesidad de mantener fortalezas. Junto a él vimos los pocos vestigios de lo que fue una pequeña población, denominada Corralnuevo, de la que aún se hablaba en los siglos XVI y XVII, pero de la que parecen haberse perdido las referencias y actualmente es un despoblado poco conocido. La importancia de estas defensas se percibe mejor si tenemos en cuenta que se localizan en el camino que desde Gálvez lleva a Melque y continúa hasta el Puente de Montalbán; realmente, estamos ante una fortificación más de las que intentaban proteger las tierras de Montalbán de las incursiones musulmanas que se realizaban a través de los Montes de Toledo.

Una vez visto este lugar, a donde habíamos llegado en coches, volvimos a la localidad de Gálvez y esta vez sí hicimos la obligada parada. Se trata de una población preciosa, en mi humilde opinión, bien conservada y cuidada, que merece la pena ser visitada con tranquilidad. Gálvez, que perteneció en el siglo XVI a los Suárez de Toledo, pasó a formar parte de las posesiones de los Condes de Montalbán gracias a su política matrimonial. Con su adquisición, las tierras del señorío se completaban en esta zona, ya que suponía la posesión de dos localidades: la propia Gálvez y la villa de Jumela. Su gobierno se llevará a cabo durante varios siglos desde la villa de cabecera del señorío, la Puebla de Montalbán, pero contará con un administrador propio, separado de quien ejercía la administración del resto del Señorío de Montalbán.


En Gálvez vimos un nuevo rollo señorial, que allí han conservado y está situado junto a las antiguas escuelas, cuyo porte es simplemente magnifico. A continuación pasamos a ver la iglesia parroquial de San Juan Bautista, con su torre neomudejar de aparejo toledano y su decoración de arquillos ciegos, y sobre todo el interior del templo, caracterizado por su preciosa sencillez; junto a esta iglesia se sitúa la Cruz de los Caídos, levantada por los vencedores de la Guerra Civil, algo que forma parte de la historia de esa villa y que no debería llevar a consideraciones ideológicas, al igual que tampoco debe haberlas cuando se erigen estatuas a Largo Caballero, a Indalecio Prieto o se pone una calle a la Pasionaria: con sus luces y con sus sombras, todo ello forma parte de nuestra historia, y negar la Historia, o una parte de ella, sólo lleva a la ignorancia histórica, al enfrentamiento pueril del y tú más y a la manipulación de la actualidad.


Aparte de la casa de las Tercias, antigua posesión arzobispal, es interesante que en el edificio del ayuntamiento de Gálvez se mantengan en dos dinteles de sendas ventanas y en el de la puerta principal la fecha y las personas bajo cuyo mandato se levantó el edificio, que corresponde al año 1772, durante el reinado de Carlos III. Allí nos aparecen los nombres de los dos alcaldes y de los dos regidores de ese año, del procurador síndico general y de los diputados del común. Ello nos permitió hablar de cómo estaban organizados los ayuntamientos en aquellos siglos, quiénes los componían, qué poderes tenían y también en que consistían sus bienes comunales, con cuyo producto se pudo levantar el edificio. Curiosamente, en la plaza donde está situado dicho ayuntamiento sigue existiendo una fuente dentro de un estanque, la cual es ya objeto de descripción en el siglo XVI y se sigue hablando de ella en las centurias siguientes, la cual, según las fuentes, debió de tener un mayor tamaño que el actual y tenía como característica curiosa la existencia de peces en ella, al menos hasta mediados del siglo XIX, y el estar a un nivel más bajo que el de la plaza, por lo que contaba con una serie de escalones para acceder a ella.


He de decir también que mi disfrute con  las andanzas por las calles de Gálvez fue doble, pues previamente había leído el libro Gálvez en el siglo XVIII, escrito en 1989 por un viejo amigo y compañero de profesión, Don Luis Martín Martín, de cuya amistad y conocimientos suelo jactarme.

La tercera y última parte del recorrido fue la visita a la antigua villa de Jumela. Para ello dejamos los coches junto al actual IES Montes de Toledo e iniciamos la marcha andando por el antiguo camino de Jumela, que desde el centro de la villa de Gálvez parte hacia esa antigua población y pasa al lado de ese centro escolar. La también villa de Jumela, hoy igualmente despoblada, tuvo vida hasta los últimos años del siglo XVII, cuando el administrador de Gálvez y Jumela escribe al Conde de Montalbán informándole de que había desaparecido su último habitante y su despoblación era ya un hecho. 


Localizada entre Gálvez y Menasalbas, casi a mitad del camino entre ambas poblaciones, de Jumela quedan en la actualidad sólo los magníficos restos de su iglesia, entre los que destacan su torre de planta cuadrada elevada con sillares y las paredes de su única nave central, todo ello sin techumbre; en la parte del antiguo coro, donde se ven las oquedades en las que debieron estar situadas las vigas de madera, se aprecia todavía el inicio de la escalera de subida al campanario. En la parte contraria, la que correspondería al altar, vemos a la derecha un pequeño hueco que debía comunicar con la sacristía, de la que exteriormente sólo quedan unos restos. En algunas partes de las paredes se observan los restos de lo que parecen ser las líneas guías que se utilizan para hacer el enfoscado de la pared, lo que nos permite pensar que la pobreza de estos muros, en comparación con la fábrica de la torre, quedaría oculta en el interior de la nave por el enlucido de las paredes.


Al igual que en Corralnuevo, el paraje de Jumela apenas deja imaginar lo que debió ser esta población en el siglo XVI, cuando sabemos que contaba casi un centenar y medio de casas, lo que suponía que esta villa contara con una población de entre seiscientos y setecientos habitantes. Por el contrario, lo escasos restos de lo que parecen haber sido casas han sido convertidos en tiempos recientes en cuadras y comederos de animales y la piedra de esta población la vemos ahora formando parte de los muros que delimitan las pequeñas fincas más cercanas a este antiguo asentamiento. En todo caso, es un lugar que merece la pena ser visitado, especialmente los restos de su antigua iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. En el futuro nos gustaría, además, localizar las dos antiguas ermitas con que contó esta villa, la de San Blas y la de San Pantaleón, santos de especial devoción entre las localidades de la tierra de Montalbán.


Finalmente, una vez desandado el camino anterior, iniciamos la marcha, de nuevo en los coches, hasta los aledaños de la villa de Navahermosa donde repusimos fuerzas en el restaurante La Alameda. En esos momentos el grupo se vio reforzado por la presencia de otros dos miembros del Círculo de Amigos de Montalbán, José Luis Pinel y Gema del Valle. Con estos nuevos refuerzos y el incentivo culinario, la sobremesa fue larga y se extendió incluso posteriormente con una nueva parada junto a la plaza de San Martín de Montalbán en el camino de regreso. Se trató, pues, de una placentera actividad: vimos cosas, hablamos de casi todo, incluida la política local, y gozamos cada uno de la compañía de los demás.

He de señalar que esa zona cuenta con otros puntos especialmente interesantes para la Historia del Señorío de Montalbán, sobre todo en lo que respecta a la etapa medieval, por lo que la completaremos en una nueva excursión en fechas próximas.


 
















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