lunes, 2 de enero de 2023

MANIFIESTO DE UN SIMPLE CIUDADANO

 

Las palabras, especialmente las palabras escritas, tienen la virtud de reflejar la opinión, el modesto análisis y las preocupaciones de quien las escribe. O, lo que es lo mismo, le permiten manifestar de esta forma su pensamiento, aunque esas palabras tengan el valor solo de pertenecer a un simple ciudadano.

Que estamos en un momento crucial de la Historia de España es evidente, incluso para aquellos que, sabiéndolo, prefieren ignorar la situación. Evidente es también que el juego político en los países democráticos se basa en la competencia entre partidos de izquierda y partidos de derecha, complementados con otros partidos, normalmente pequeños pero de gran importancia por su papel a la hora de conformar mayorías, que solemos situar difusamente en lo que denominamos centro.

Se trata, pues, de un modelo que en líneas generales es común a los países occidentales y a todos aquellos que han adoptado sus formas políticas.

España, sin embargo, es en realidad una excepción a este sistema. Y no porque presente particularidades, ya que todos los países occidentales, en línea con su propia evolución histórica, las poseen sin que ello suponga renunciar al modelo común, sino porque su triángulo político de derecha-centro-izquierda es tremendamente imperfecto.

Si exceptuamos al Partido Comunista de España (PCE), que mantuvo una cierta, aunque escasa, actividad contra la Dictadura del General Franco, dictadura que no hay que olvidar que se mantuvo en pleno vigor hasta la muerte del dictador en su cama, el resto de las antiguas organizaciones políticas actuales nacen en la Transición que dio paso a la democracia actual. En ese período los españoles optaron por descartar las opciones de ideología comunista y la caída del Muro de Berlín unos años después les demostró lo acertado que había sido esa decisión al dejar en evidencia, ya imposible de ocultar, la situación de dictadura y de falta de cumplimiento de los derechos humanos que se daba en los regímenes comunistas, cuya denominación de democracias populares era una simple falsedad que todavía se mantiene desgraciadamente en algunas zonas del planeta.

Dentro de la izquierda hubo, sin embargo, una opción triunfante en la figura del Partido Socialista Obrero Español. Pese a contar con unas siglas históricas, este partido presentaba dos rasgos curiosos. Por un lado, los socialistas, al contrario que los comunistas, no habían jugado ningún papel de oposición a la dictadura, simplemente habían estado desparecidos, algo que quienes tienen la edad suficiente para haber vivido parte de aquellos años sabe perfectamente, aunque ahora no se recoja en algunas obras de Historia de España. Por otro lado, el PSOE de la Transición, liderado por Felipe González, era en realidad un partido nuevo que sustituyó al todavía existente Partido Socialista Obrero Español anterior, al que se adosó el término de histórico, para diferenciar a ambos, denominación con la que se presentó a las primeras elecciones generales tras la muerte del Dictador, en competencia directa con el nuevo PSOE surgido, prácticamente ex novo, en los últimos años de Franco.

Este nuevo PSOE intentó, y como tal se presentó, recoger las formas socialdemócratas que se daban en otros partidos de ese tipo en algunos países europeos, y de ahí su renuncia oficial en un congreso al marxismo y la creación de una imagen de modernidad que los españoles premiaron con su triunfo electoral en 1982. Pese a ello, este partido acogió también a una buena parte de los cuadros dirigentes de las antiguas formaciones comunistas que veían en su nueva adscripción política la única manera de acceder a puestos de poder político; y este objetivo fue también compartido por muchos otros que, sin tener una ideología concreta, veían en este PSOE una opción ganadora, sobre todo en muchos casos, cuando ya había ganado. El interés de unos por acceder al poder y el propio interés del partido por dotarse de cuadros suficientes que le permitieran llevar a cabo su acción política, una vez ganadas las elecciones, se complementaron a satisfacción de ambas partes. De esta forma, a quienes mantenían sus convicciones socialdemócratas se les unían otros muchos cuyos intereses eran muy distintos.

Y también en esto, quienes tengan los años suficientes para rememorar las vivencias de aquellos años habrán conocido innumerables casos de nuevos socialistas de toda la vida que surgieron a millares en aquella época. En ocasiones, abundaban los individuos pertenecientes a familias franquistas, con mando en plaza, que ahora optaban por abrazar el socialismo de nuevo cuño, manteniendo así su estatus anterior, aunque ahora con otro partido en el poder. Esto me recuerda la estrategia seguida por algunos linajes nobiliarios a lo largo de la Historia de España de dividir en los conflictos importantes las fidelidades familiares entre las dos partes; así lo hicieron en la Guerra de Sucesión española, entre Felipe V y el Archiduque Carlos de Austria, e igualmente entre los españoles partidarios de la independencia de España y el partido de los afrancesados en la Guerra de Independencia: gane quien gane, el linaje permanece, porque siempre habrá miembros de él en el bando vencedor.

El resultado de todo ello fue que el PSOE se convirtió en el partido hegemónico de la izquierda en España y en un partido en el que el pragmatismo se impuso a la ideología socialdemócrata. Y ello nos podría dar pistas sobre su evolución política, tanto en el poder como en la oposición. Los socialistas pasaron así a defender ideas reaccionarias como la existencia de privilegios para determinadas regiones; se convirtieron en los máximos defensores de un sistema autonómico que ha hecho desaparecer la igualdad entre los españoles, es tremendamente ineficiente y cuyo mantenimiento se ha traducido en una insoportable carga económica para todos; y ha terminado por negar validez al mismo sistema político que les ha permitido gobernar durante más de dos décadas.

De esta forma, España carece hasta ahora de una opción de izquierdas que defienda la unidad y la igualdad de los españoles. Y esto nos diferencia del resto de países occidentales en los que todos los partidos defienden su país y la existencia del mismo por encima de las luchas políticas partidistas. Como a veces los detalles son clarificadores y tienen su importancia y significado, solo hace falta fijarse en cómo en los actos políticos de los partidos de izquierda europeos abundan las banderas nacionales junto a las enseñas del partido; contrariamente, en España eso simplemente no se da.

Es cierto que en los últimos años han surgido pequeños grupos de izquierda que defienden claramente la unidad de España, se oponen al Estado de las Autonomías tal como está diseñado, optando por un centralismo racional, y rechazan las alianzas con los partidos separatistas. Sin embargo, su visibilidad en los medios de comunicación es escasa, por no decir nula, pese a lo cual puede que su tendencia como opción política termine por imponerse y se confirme la decadencia de la izquierda actual, tal como ha ocurrido en los países europeos, donde los partidos socialistas han terminado por desaparecer, pese a haber adoptado, como método de supervivencia, nuevos conceptos políticos como el ecologismo o el feminismo que les pudieran servir de sustitutos a la pérdida de una ideología propia y de su falta de conexión con amplias capas de población.

Y el arrogarse la defensa de los derechos de las mujeres, algo que cualquier ciudadano occidental defiende, sobre todo cuando se defiende la igualdad entre los seres humanos, al margen, entre otras cosas, de su sexo, o del ecologismo, como si la defensa del medio ambiente fuera patrimonio de esa izquierda, en contradicción además con la evidencia real de que algunos de los países más contaminantes y que mayores desastres medioambientales han cometido y cometen poseen o han poseído regímenes socialistas puros, no evitará la desaparición de una izquierda que en otros campos políticos defiende ideas reaccionarias.

El que esa izquierda sea sustituida por una izquierda racional y defensora de unos principios básicos comunes a los partidos de derecha y, en su caso, de centro, en cuestiones, entre otras, como la unidad de España o la igualdad de todos los españoles, como principios que están por encima de la lucha partidista, el respeto a las leyes y a sus procedimientos, y la lealtad con las instituciones del Estado, es imprescindible si queremos que el sistema y la propia existencia de España se mantenga. La destrucción de ambos no tiene sustitución, por mucho que algunos hagan elucubraciones mentales confundiendo sus fantasías con los hechos. Y si esto ocurre, perderemos todos y mucho, incluyendo a quienes puedan considerarse victoriosos; pero los responsables mayores serán quienes lo han propiciado y favorecido desde sus posiciones de poder en la política, la economía o los medios de comunicación, entre otros, puesto que no se puede alegar ignorancia en quienes están ahí, en buena medida por su mayor preparación, y que cuentan con más datos e información que la gente del común.

Pero esta pequeña exposición quedaría incompleta si obviáramos otro de los hechos diferenciadores del sistema político español respecto al que existe en otros países occidentales. En nuestro país, el sistema electoral, por sus propias características, premia de forma grosera a los partidos que se presentan a nivel regional, ya que, a pesar de que en las elecciones generales se dilucida la representación nacional, el distrito electoral es la provincia y no la nación en su conjunto, como sería lógico para que nuestros representantes fueran el resultado de la voluntad de todos los españoles de manera proporcional. Por el contrario, los partidos regionales, muchos de ellos separatistas o cuyo objetivo es obtener privilegios respecto al resto de ciudadanos de otras regiones, obtienen con el sistema actual una sobrerrepresentación que no se corresponde con el número de ciudadanos que los han votado y que les convierte en imprescindibles apoyos para los Gobiernos nacionales, dando lugar, tal como hemos venido viendo en estas décadas, a un continuo chantaje para la obtención de dichos privilegios. Este tipo de partidos asumen así el papel de partidos bisagra que en otros países occidentales tienen los partidos de centro, lo que puede explicar una de las causas por las que en España no han triunfado nunca a nivel general las opciones centristas. Las posturas en la práctica de los partidos nacionales en defensa, más o menos manifiesta, de ese tipo de actuaciones de los partidos regionales es una buena prueba de esa necesidad de apoyos espurios que el sistema actual propicia. Por otro lado, no sólo es absurdo sino irracional que el Estado nación, que es la estructura donde nos plasmamos todos como pueblo, sufrague su propia destrucción dotando de recursos a estos pequeños partidos. Esto es tan cierto como que muchos países democráticos prohíben en sus legislaciones la existencia de los partidos separatistas, lo cual no significa que se prohíban las ideas, pero sí determinados actuaciones que atentan contra la existencia del país, al igual que cada uno puede pensar libremente sobre muchas cosas, pero a nadie se le ocurriría legislar a favor, por ejemplo, del infanticidio como medio de controlar el exceso de población.

En todo caso, los países, y si se quiere la nación moderna, son realidades históricas, pero no son entes eternos y la Historia de Polonia en los tres últimos siglos es un buen ejemplo de ello, por citar solo a un país occidental que desapareció del mapa durante dos siglos.

Es por ello que España tiene una necesidad urgente de contar con una izquierda racional presente en todo el territorio y que sea defensora, como hemos dicho, de unos principios básicos sobre la unidad y la igualdad de todos los españoles, que sustituya a la izquierda que ahora defiende ideas reaccionarias, tal como también hemos indicado. Y, a la vez, pueda contar igualmente con una opción de centro, común a todo el país, que sirva como esa tercera pata de la que hablábamos al citar como necesario el conjunto de derecha-centro-izquierda, para un mejor juego político. Lo contrario, es decir, la falta de una izquierda nacional y racional se ha traducido en la inexistencia de una verdadera derecha y la desaparición del centro político, lo que provocará como primera consecuencia la propia desaparición de la izquierda en sí, lo cual conllevará a su vez la inoperancia del sistema político y, paralelamente, el alejamiento ciudadano de dicho sistema al no verse representado por ninguna opción política. No es, por tanto, un panorama muy alentador el que podría darse si no somos capaces de realizar los cambios necesarios.

viernes, 2 de diciembre de 2022

LA ORGANIZACIÓN TERRITORIAL DE ESPAÑA I. INTRODUCCIÓN

         La cuestión de la organización territorial de España en la actualidad nos parece un tema de especial importancia desde el punto de vista del interesado por la Historia por muchas razones, pero especialmente por tres:

  1. La organización territorial nacida de la Constitución de 1978 ha supuesto un vuelco total respecto a la situación anterior.

  2. El nuevo equilibrio territorial y de poderes que resulta de esta nueva organización territorial está sometido a constantes ataques de aquellos que, de una u otra forma, no aceptan la Constitución de 1978 o piensan que es manifiestamente mejorable. En este caso, la Historia se convierte en el arma utilizada por todos ellos para justificar sus posturas ideológicas e, incluso, para crear nuevos sentimientos colectivos de acuerdo a intereses particulares.

  3. España pertenece desde 1986 a la Unión Europea, organización supranacional que se encuentra en constante proceso de cambio, tanto territorial como político. Estos cambios irán en una u otra dirección según se basen en la existencia de una Europa de las naciones o de una Europa de las regiones.   

Respecto a este último punto, hay quien opta claramente, como Julián Alonso, por una Europa de las regiones, ya que:

  1. El ciudadano se siente más identificado con la Región que con la Nación o el Estado.

  2. Las fronteras políticas de los Estados son más artificiales que las de las Regiones; prueba de ello sería para algunos la existencia de un territorio vasco-francés y un territorio vasco-español, una Cataluña francesa y otra española, o una Lorena belga y otra francesa.

  3. El Acta Única, en vigor desde enero de 1993, no deja muy claro si las relaciones internas van a establecerse entre los Estados o entre las Regiones.

  4. A la pérdida de valor de las fronteras, previsible consecuencia de la dinámica interna de la Unión Europea, sucederá la verdad regional, es decir, quedarán las patrias regionales.

Por el contrario, en nuestra opinión, aparte de que estamos ante afirmaciones discutibles, lo que se está produciendo ahora son dos procesos simultáneos y complementarios: la España de las autonomías, entendiendo por autonomía tanto la de las Comunidades Autónomas como la de los entes territoriales menores, tiende a la diversificación y a la descentralización, mientras que la Unión Europea tiende a la homogeneización y a una inevitable centralización del poder. En este sentido, quizás sea una hipótesis más probable el que las competencias autonómicas se mantengan e incluso aumenten como una forma de acercar el poder a los ciudadanos y por una teórica mayor efectividad en algunas cuestiones, pero a la vez pierdan importancia en una organización territorial más amplia y poderosa como es la propia Unión Europea.

Por otro lado, el Estado autonómico es una creación novedosa por parte de España en cuanto a modelo de organización territorial, lo que nos impide tener referencias externas. Además, la evolución de este tipo de estructura territorial, si bien ha sido positiva en algunos aspectos, cuenta también con importantes disfunciones en su seno que atentan contra el principio de igualdad de todos los españoles, a la vez que no está claro si los mayores costes del Estado autonómico frente a un Estado centralista son soportables para las economías de los ciudadanos, especialmente en épocas de crisis.

En todo caso, es el modelo existente actualmente y conviene conocerlo, al igual que pensamos que también es importante tener presentes los distintos tipos de organización territorial que se han dado en España a lo largo de los siglos. Es por ello que comenzaremos por analizar en varios artículos la organización territorial derivada de la Constitución de 1978, el actual Estado de las Autonomías, para pasar después a ver los precedentes históricos; es decir, la estructura territorial de España a lo largo de la Historia. 

Se trata, pues, de un trabajo que en conjunto nos puede dar una visión de la evolución en la administración territorial a lo largo de los siglos, esclareciendo lo que de tradición histórica tienen las actuales autonomías regionales y cuánto de creación ex novo. El objetivo en ambos casos es aportar datos al conocimiento de esta realidad política, considerando que dicho conocimiento nos permitirá enfrentarnos a las tergiversaciones históricas que se intentan imponer como verdades absolutas.

LA ORDENACIÓN TERRITORIAL EMANADA DE LA CONSTITUCIÓN DE 1978

La Constitución de 1978 ha dado lugar a una organización territorial del Estado bastante diferente de la anterior. En realidad, la Constitución no establece ningún mapa territorial, sino que señala el proceso y las condiciones para el Estado de las Autonomías.

Sabiendo esto, lo cierto es que la realidad territorial de España parte de dos principios de nuestra actual Constitución, desarrollados en el mismo texto constitucional y en las distintas leyes que la desarrollan, especialmente las Leyes Orgánicas que recogen cada Estatuto. Estos dos principios, recogidos en los artículos 2 y 137, son:

  • El artículo 2 establece que “la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”

Y aquí hay tres términos importantes a la hora de establecer la organización territorial, y son los de Autonomía, Nacionalidad y Región, ninguno de los cuales está definido en la Constitución de 1978.

Respecto al término Autonomía, aunque la Constitución ni siquiera establece el número de CC.AA que debe haber, el Tribunal Constitucional sí ha dejado claro que no equivale a soberanía, sino que hay que entenderlo como una distribución territorial del poder del Estado.

El término Nacionalidad, por su parte, es la primera vez que se utiliza en nuestra historia constitucional y parece que quienes elaboraron la Constitución quisieron con él designar a aquellos territorios que, en su opinión, presentaban una evolución histórica más diferenciada y un mayor sentimiento autonomista. De todos modos hay que resaltar dos cuestiones:

  1. Que en la Constitución no se dice qué territorios tienen la categoría de nacionalidades.

  2. La Constitución habla de nacionalidades, sean las que sean, y no de naciones, negando implícitamente cualquier idea sobre un origen federal o confederal del Estado español.

El término Región, por último, tiene en la actualidad tres enfoques posibles:

  • Puede hablarse de la región como un hecho relativo a la identidad de los habitantes de un territorio por razones lingüísticas, culturales, históricas o étnicas.

  • Puede utilizarse la región como elemento territorial de la planificación económica, procurando evitar la desigualdad de nivel de vida entre la población de distintas regiones.

  • Puede concebirse a la región como espacio adecuado para la prestación de servicios administrativos, ya que con los medios técnicos y de comunicación actuales los espacios anteriores resultan insuficientes.

La amplitud de estos enfoques permite una gran libertad a la hora de establecer una división regional como en realidad se ha hecho.

  • El artículo 137 concreta lo anterior al establecer: “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autónomas que se constituyan. Todas estas entidades gozan de autonomía para la gestión de sus respectivos intereses.”

Por lo tanto, España como nación se organiza en tres niveles territoriales distintos: Las Comunidades Autónomas; las Provincias; y los Municipios.

A esta nueva configuración territorial se le ha denominado Estado Autonómico, entendiéndose por tal el Estado Nacional que reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones, fundamentalmente, pero también la autonomía en sus ámbitos respectivos a las provincias y municipios, modificándose radicalmente la tradicional administración centralizada.

Sin embargo, el dar autonomía a las regiones presenta algunos problemas que no es conveniente olvidar:

  1. No es fácil una delimitación adecuada de las regiones. Siempre existen territorios cuya adscripción a una entidad regional o a otra no resulta totalmente clara.

  2. Es difícil, en ocasiones, fijar la capitalidad de la región si no existe una ciudad de prestigio indudable.

  3. La administración existente hasta el momento siempre se resiste a perder potestades en beneficio de la región autónoma.

  4. Los entes locales plantean la sospecha de que se trata de sustituir el centralismo de la capital de la Nación por el más próximo de la capital de la región.

  5. A veces, la existencia de una nueva administración intermedia obliga a crear nuevos impuestos que aumentan la presión fiscal sobre la población con el disgusto y las protestas consiguientes.

Pero para entender la situación actual, hay que tener en cuenta, además, dos cosas: por un lado, qué entendemos por región; y por otro, cuál ha sido el proceso de formación de las regiones españolas. 

En cuanto a qué se entiende por región, estamos ante una cuestión compleja, ya que no es lo mismo partir de criterios estrictamente geográficos, como la geomorfología o el paisaje, que tener en cuenta factores humanos y/o históricos. En este último caso, además, los habitantes de un territorio y su evolución histórica presentan para una misma zona características muy distintas según la época histórica de la que estemos hablando, ya que no es lo mismo retrotraernos a la Edad Antigua que al mundo de la Edad Media o de la Edad Moderna.

Esto último nos permite enlazar con la cuestión de la formación de las regiones españolas, ya que su conocimiento nos permitirá comprender la identificación, en algunos casos, de la división regional con las Comunidades Autónomas, y para ello es básico ver cuál ha sido su evolución histórica, sabiendo además cómo muchas de esas Comunidades Autónomas utilizan la Historia como justificación de su existencia o de sus aspiraciones.

Finalmente, y a modo de introducción, podemos definir el Estado autonómico como aquel en el que se da una nueva distribución territorial del poder al aparecer un nivel intermedio de gobierno como son las autonomías. Por el contrario, provincias y municipios se mantienen en una situación parecida a la de un Estado centralizado, solo que ahora, además de en la estructura estatal, están también englobadas en una estructura regional autónoma, sin que parezca que los gobiernos provinciales y los gobiernos municipales hayan mejorado mucho por esta doble inserción.

La cuestión es que con la Constitución de 1978 en pocos años España ha pasado de ser un país centralizado, aunque sin llegar al grado de centralismo que se daba y se da en otros países europeos como Francia, a ser uno de los Estados más descentralizados del mundo. Dicha descentralización, y conviene repetirlo, se recogió en la Constitución, en la que se establecieron las Comunidades Autónomas para responder, en grandes líneas, a dos tipos de problemas distintos:

  1. Articular un sistema que permitiera integrar en el Estado democrático a aquellos pueblos más diferenciados, en opinión de algunos, como Cataluña, las provincias vascas y, en menor medida, Galicia, evitando con ello la posible aparición de conflictos políticos que pudieran poner en peligro la transición democrática. Con ello se daba carta de naturaleza democrática a los partidos nacionalistas de algunas regiones, a pesar de su objetivo manifiesto de romper la unidad de España y se establecía como principio histórico que un vasco o un catalán están más diferenciados respecto al conjunto que un asturiano o un extremeño, algo que no es que sea discutible, sino que es simplemente falso.

  2. Sustituir el centralismo tradicional vigente por un sistema de gobierno descentralizado que fuera respetuoso con las particularidades de cada región.

Visto lo anterior, creo que puede servirnos como punto de partida para ir analizando más adelante los distintos aspectos de la actual organización territorial de España. 


sábado, 22 de octubre de 2022

PRESENTACIÓN LIBRO


Desde hace un cierto tiempo me he embarcado en el proyecto de realizar una Aproximación a la Historia del Señorío de Montalbán. Dicho proyecto se traducirá, si Dios quiere, en la publicación de varios libros en los que se analicen los distintos aspectos de esas tierras. El primero de ellos abarca los aspectos políticos del dominio señorial y analiza los distintos gobiernos concejiles de las poblaciones del mismo, actualizando, aumentando y revisando parte de lo publicado en un libro anterior, de tal forma que las 180 páginas de entonces se han convertido en unas 580 ahora. Un segundo libro tratará sobre los aspectos sociales, demográficos y de vida material de los habitantes de sus poblaciones. Un tercer volumen consistirá en un diccionario biográfico en el que se reseñarán las personas concretas que lo habitaron, agrupados en los distintos linajes que se dieron en los pueblos, especialmente en su villa de cabecera, la Puebla de Montalbán. Y, por último, un cuarto libro tratará los aspectos económicos, en sentido amplio, de estas tierras a lo largo de los siglos modernos. 

Para ello he partido de la investigación que en su momento llevé a cabo para mi tesis doctoral y que se reflejó en dicho trabajo, y también en la numerosa documentación de archivo que no llegué a utilizar y que he conservado en fotocopia o microfilm, debido a que en ocasiones se salía del objetivo que entonces me había propuesto, o bien su inclusión suponía extender la tesis hasta un número de páginas demasiado elevado y poco razonable de cara a quienes tenían que valorarla.

Pese a ello, en los años siguientes he continuado trabajando con esa documentación, pues el olvidarla definitivamente me parecía un error difícil de justificar. De ahí lo de embarcarme en este trabajo. Creo, sinceramente que es un proyecto que, en caso de realizarse por completo, y así espero hacerlo, permitirá contar con esa aproximación a la historia de la amplia comarca de Montalbán a un nivel que no suele darse en la mayoría de los casos y ello me llena de cierta satisfacción. En estos momentos sale a la luz el primero de dichos volúmenes, del que les pongo abajo la invitación y los datos de su presentación. Dicho volumen ha sido sufragado por la Fundación Cultural de CaixaBank y el resultado de su venta irá íntegramente a una asociación de la ciudad de Toledo, llamada Red Alimenta, donde colaboran algunos amigos, dedicada al reparto de alimentos a familias necesitadas. 

El tercero de los volúmenes, el Diccionario biográfico, está prácticamente terminado y sólo me resta corregirlo y perfilar algunos aspectos de lo que será su edición, ya que él solo ocupa más de novecientas páginas, frente a las quinientas ochenta, aproximadamente, del primero. Respecto a los volúmenes segundo y cuarto, creo que están relativamente avanzados, pues he ido llevando a cabo el proyecto conjunto como un todo. Sin embargo, les queda un poco más de tiempo para que vean la luz. 

En todo caso, es un placer compartir con todos aquellos que lean estas líneas lo que para mí supone un reto y una ilusión compartida con familia y amigos. Un saludo.