Tal como señalábamos en el artículo anterior, se ha abierto una nueva etapa en las relaciones internacionales y la figura principal es, sin ninguna duda, el Presidente norteamericano Trump. Conviene pues intentar entender al personaje para poder comprender sus actos y la finalidad de los mismos.
Sin duda, Trump es un hombre de éxito que ha sabido triunfar en una sociedad tan competitiva como la norteamericana. Cuenta también con la admiración de millones de personas que han valorado su enfrentamiento con el establishment estadounidense y su victoria sobre el mismo. La visión que se tiene desde fuera por una buena parte de la población occidental es que ha alcanzado la presidencia del país a pesar de tener en contra a la mayoría de los medios de comunicación, de los intelectuales y de los cuadros dirigentes de su propio partido. Esa imagen ha servido para magnificar al político.
Por otro lado, en mi opinión, es alguien que ha sabido conectar con el sentido común de la gente corriente. La cultura woke que se ha intentado imponer por una minoría, autodenominada progresista, en los países occidentales se convirtió en uno de sus enemigos ideológicos. De esa forma, millones de personas vieron en él, y no solo en los Estados Unidos, al hombre que daba voz a su oposición al absurdo de determinadas imposiciones en cuestiones tan intimas como el concepto de familia, las relaciones afectivas o la simple libertad de pensar y dudar.
Se trataba de encontrar a alguien capaz de liderar la lucha en los numerosos frentes ideológicos que el progresismo ha levantado entre los seres humanos. Y Trump ha encarnado, al menos aparentemente, ese liderazgo y con ello se ha ganado el apoyo de quienes se negaban a aceptar pasivamente el absurdo de muchas de las imposiciones progresistas.
Algunas, además, son especialmente sangrantes para el ciudadano común; es decir, para las personas que aún mantienen en su vida los principios de la tradición humanista. Que alguien pueda cambiar de sexo con una simple decisión oral y que ello conlleve la obligación para los demás de aceptarlo sin discusión o, peor aún, que ello se traduzca, por ejemplo, en que tu hija comparta el baño y una cierta intimidad con un hombre, que biológicamente sigue como tal, por el simple hecho de que se ha declarado públicamente como mujer, es un sinsentido. Y recordemos que los sinsentidos lo son porque van contra la razón.
Que haya que aceptar como verdad absoluta, como un hecho de fe que no se puede discutir, la gravedad del cambio climático como un fenómeno provocado por los seres humanos en los últimos años, negando así la evidencia de los cambios en el clima como una constante histórica, o más bien, como una característica del propio clima.
Es cierto, en mi humilde opinión, que el hombre puede influir en la evolución del clima; pero es difícil creer que el hombre haya provocado o esté provocando los grandes cambios climáticos, puesto que estos se han producido incluso cuando la presencia del ser humano no existía o era insignificante. Y sí uno está equivocado, se debe demostrar desde el debate científico, nunca desde la imposición ideológica, puesto que equiparar ciencia e ideología es otro absurdo más de los muchos que se están dando en los últimos tiempos. Pero esa es otra cuestión.
Lo importante en estos momentos es intentar comprender lo que está ocurriendo.
Como decíamos, el principal actor en la actualidad de la política internacional es el Presidente norteamericano Trump. Con él las relaciones entre los países parecen haberse convertido en simples negociaciones empresariales. Se plantea la compra imperiosa de Groenlandia como si fuera una empresa más que completaría el holding estadounidense. Se informa de aranceles a las importaciones de otros países, de forma unilateral, cuya cuantía varía de un día para otro sin ninguna lógica aparente más allá de la técnica de exigencias máximas que algunos utilizan como método de negociación en las relaciones empresariales. Se humilla, incluso, a algunos líderes nacionales sin tener en cuenta que la imagen que se envía al mundo con ello es especialmente negativa para quienes realizan este tipo de actuaciones, hasta el punto de que, en mi opinión, provoca el cambio de la visión que millones de personas tenían de los protagonistas, por muy poderosos que en esos momentos pudieran sentirse.
En este sentido, algunos habíamos leído con especial atención unos días antes el discurso dado por el Vicepresidente norteamericano James D. Vance en su periplo europeo y pensamos que estábamos no solo ante un joven político conservador prometedor, sino también ante un intelectual con una alta capacidad de analizar los males y sus causas. Su defensa de la civilización occidental estaba implícita en cada una de sus palabras y mostraba a la vez el orgullo por el papel desarrollado por la misma a lo largo de los siglos. Pero toda esta imagen se oscureció en parte cuando vimos su papel y su comportamiento en la reunión entre los miembros del Gobierno de Trump, entre los que se encontraba, y el Presidente ucraniano Volodomir Zelensky. El acoso y la prepotencia de algunos con el ucraniano en aquella reunión retrasmitida provocó, sin duda, en millones de personas un verdadero bochorno. Y creo que los que más abochornados se sienten son aquellos que confían en que es posible volver a una política fuera de los clichés irracionales del progresismo vacuo y de los exabruptos de un conservadurismo mal entendido.
Es cierto, y muchos medios de comunicación son un buen ejemplo de ello, que la imagen que se da de los políticos norteamericanos está bastante distorsionada y es prueba más de algunas concepciones ideológicas previas, en línea con el progresismo derrotado, que de un análisis racional de los hechos. Pero también es cierto que algunas declaraciones y actuaciones facilitan la crítica fácil y evitan el análisis racional.
Es innegable, sin embargo, que el histrionismo de la política norteamericana actual ha sacado a la luz numerosas contradicciones de la política internacional y eso es, sin duda, positivo para el futuro. Es verdad también que en Europa no contamos en estos momentos con casi ningún político con la altura suficiente como para que podamos hablar de la existencia de líderes. Al contrario, se suceden los ataques a la vida de los ciudadanos en nombre, no de ideas, sino de eslóganes, a la vez que se toman decisiones absurdas, como la de regalar a otra potencia nuestra industria automovilística, puntera y desarrollada durante décadas, a cambio de contar con automóviles extranjeros fabricados con una mano de obra barata, por sus propias condiciones de trabajo, entre otras cosas, a los que se premia normativamente en su venta, sin dar tiempo a desarrollar una vía propia de electrificación de la automoción europea. Bueno, sólo estamos hablando de una actividad económica que supone la existencia de millones de puestos de trabajo y, según algunos, el diez por ciento del PIB de la Unión Europea. Pero seguro que los sesudos políticos que han tomado esta decisión saben lo que hacen, aunque muchos no entendemos la mayoría de cosas que hacen.
Igualmente, se prescinde de la energía nuclear de forma abrupta, sin contar con energías que la suplan, con lo que aumentan los costos energéticos para las empresas, el precio de la energía para los consumidores y los problemas de abastecimiento en general, supeditándonos a las importaciones de productos energéticos y a las políticas en esta área del resto de países que únicamente miran sus propios intereses: si los europeos dejamos de producir determinadas cosas por regulaciones normativas difíciles de entender o por el encarecimiento de la producción energética, esos productos serán fabricados en otros países; la consecuencia es que nosotros tendremos que comprar fuera ahora lo que antes producíamos, con lo que ello supone para nuestra mano de obra y nuestras economías. Si no me equivoco, y pienso que no, esos productos que ahora tenemos que comprar se fabrican en países que cuentan con centrales nucleares y queman carbón y petróleo, por lo que Europa contamina menos, pero la contaminación aumenta en los nuevos lugares de producción, y esa contaminación me afecta a mi como europeo, pues el clima es global. O es que ahora lo único no global de la economía global es la contaminación.
Algunos pueden preguntarse ante este panorama: Bueno, ¿y qué hacemos entonces? No lo sé, pero lo que sí sé es que esta situación es insostenible de mantener y poco ecológica, la verdad, pues cambiamos la contaminación propia, que era menor, por la de otros, que no se ponen ningún límite.
¿Y ahora qué? Pues creo que lo más importante es pararse a pensar. Las nuevas relaciones internacionales son las que son y habrá que actuar en consecuencia, pero sin caricaturizar al contrario, puesto que ello nos impide entender su lógica, incluso aunque aparentemente se trate de una lógica empresarial y no política, algo que es poco probable, ya que no se trata de la política de una persona o de un gobierno, sino de la política de un país que sigue su propia lógica histórica.
Habrá que pensar también en nuestra propia política de los últimos años en los países europeos y en la misma Unión Europea, donde la unanimidad de populares y socialistas no parece ser señal de estar en la vía correcta, sino que está resultando ser la prueba de la falta de debate y de análisis, o lo que es peor, de la inexistencia de verdaderos líderes con alternativas políticas coherentes.
Y todo ello en un mundo con una nueva potencia económica cuyas ambiciones no parecen tener límite, algo que en sí mismo no es ni malo ni bueno, sino una constante histórica de las grandes potencias. El que se cambie el liderazgo mundial de una potencia por otra es lo que ahora se está dilucidando. Y ambas tienen a Europa como parte de su tablero. Y ninguna de ellas va a permitir que Rusia se engrandezca a costa de Europa; por el contrario, el expansionismo ruso es la mejor arma para neutralizar a Europa en un primer momento y balcanizarla políticamente, porque eso es lo que les conviene a ambas, ya que el verdadero premio no es el dominio de Europa, sino de África e Iberoamérica, sobre todo.
Pero eso sí, los europeos somos los más ecológicos; los más antimilitaristas… Y todavía estamos discutiendo, después de tres años oficiales de guerra, y más de diez de la invasión rusa de Crimea, si debemos ayudar de verdad a Ucrania, sin saber que el futuro de Europa y su libertad, no frente a Rusia, sino frente a las grandes potencias, se está dirimiendo en ese conflicto y en el tipo de economía que debemos tener para enfrentarlo.
Y eso porque hay muchos que están en despachos donde se manda mucho que siguen sin saber que el poder político, y también militar, solo es posible si se tiene detrás una economía fuerte; y viceversa: una economía importante únicamente se da en aquellas unidades políticas con peso internacional.
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